Esta vez mi misión fue recorrer el pueblito de La Farfana, para contarles su verdadera historia.
En el paradero 15 de Pajaritos, quizás encontrará la modernidad en todo su esplendor, con casas uniformes y sin individualidad alguna, sin embargo, a medida que avance, comenzará a divisar fundos parcelados, lomas y parajes que no imaginaría observar tan cerca del cosmopolita centro de Maipú.
En sus comienzos no existía el pueblito, fue denominado así por su largo camino llamado La Farfana. Sus habitantes más antiguos como la Sra. Clarisa Gallardo, quien hizo su vida allí, nos trasladaron en su relato rápidamente a la vida en La Farfana. La Sra. Clarisa en su juventud fue trabajadora de la familia Llona. La señora Clarisa se debía a los quehaceres de la casona y a ordeñar las vacas en los establos; nos describía una vida agradable y, a pesar del tiempo, la encuentra igual que antes.
Paralelamente, advertimos que en ese lugar no ha transcurrido el ritmo de vida, se detuvo para la gente buena, campesina y trabajadora. Los residentes llegaban a pie y carretón, sólo los patrones tenían acceso a los coches trasladados por caballos, y luego automóviles, que utilizaban para su transporte.
En invierno el paisaje es todo un espectáculo; las lomas cambian su color hoy amarillo y agreste, por hermosos cerros verdes y frondosos que invitan a mirara y redescubrir, el pueblo creció en forma paulatina, los parceleros construyeron casas aisladas, entonces creció La Farfana, y fue denominada Pueblito, antes llamado ex Cerrillos El Rosal, luego llegó la Reforma Agraria e hizo del pueblo un lugar más apagado.
En el último tramo, llegamos hacia nuestro destino: descubrir lo que no sospechábamos; la Casona Llona. Entonces allí nos encontramos con don Guillermo, cuidador y único habitante de la Casona. El entorno era agreste y olí a guano de vaca, amablemente nos invitó a recorrer el lugar. Un portón de madera destruido por los años con dos anchos pilares de ladrillo original, nos devolvió el puzzle de los relatos anteriores, allí en una gran Casona Amarilla que cuenta con 22 habitaciones, 4 baños, 2 en el primer piso y 2 en el segundo, living, comedor, una cocina con lavaderos antiguos y de pisos de baldosas, piezas de allegados para la visitas, establos y cabañas pequeñas en donde se guardaba el forraje y herramientas de los campesinos, rodeada de corredores con vigas de madera noble, pisos de cerámico rojo, ventanas altas y con una vista maravillosa.
En el paradero 15 de Pajaritos, quizás encontrará la modernidad en todo su esplendor, con casas uniformes y sin individualidad alguna, sin embargo, a medida que avance, comenzará a divisar fundos parcelados, lomas y parajes que no imaginaría observar tan cerca del cosmopolita centro de Maipú.
En sus comienzos no existía el pueblito, fue denominado así por su largo camino llamado La Farfana. Sus habitantes más antiguos como la Sra. Clarisa Gallardo, quien hizo su vida allí, nos trasladaron en su relato rápidamente a la vida en La Farfana. La Sra. Clarisa en su juventud fue trabajadora de la familia Llona. La señora Clarisa se debía a los quehaceres de la casona y a ordeñar las vacas en los establos; nos describía una vida agradable y, a pesar del tiempo, la encuentra igual que antes.
Paralelamente, advertimos que en ese lugar no ha transcurrido el ritmo de vida, se detuvo para la gente buena, campesina y trabajadora. Los residentes llegaban a pie y carretón, sólo los patrones tenían acceso a los coches trasladados por caballos, y luego automóviles, que utilizaban para su transporte.
En invierno el paisaje es todo un espectáculo; las lomas cambian su color hoy amarillo y agreste, por hermosos cerros verdes y frondosos que invitan a mirara y redescubrir, el pueblo creció en forma paulatina, los parceleros construyeron casas aisladas, entonces creció La Farfana, y fue denominada Pueblito, antes llamado ex Cerrillos El Rosal, luego llegó la Reforma Agraria e hizo del pueblo un lugar más apagado.
En el último tramo, llegamos hacia nuestro destino: descubrir lo que no sospechábamos; la Casona Llona. Entonces allí nos encontramos con don Guillermo, cuidador y único habitante de la Casona. El entorno era agreste y olí a guano de vaca, amablemente nos invitó a recorrer el lugar. Un portón de madera destruido por los años con dos anchos pilares de ladrillo original, nos devolvió el puzzle de los relatos anteriores, allí en una gran Casona Amarilla que cuenta con 22 habitaciones, 4 baños, 2 en el primer piso y 2 en el segundo, living, comedor, una cocina con lavaderos antiguos y de pisos de baldosas, piezas de allegados para la visitas, establos y cabañas pequeñas en donde se guardaba el forraje y herramientas de los campesinos, rodeada de corredores con vigas de madera noble, pisos de cerámico rojo, ventanas altas y con una vista maravillosa.
Actualmente el pueblito ya no gira en torno a esta Casona, que descubrimos sin proponernos; la vida cambió en cierto modo, los fundo fueron divididos en parcelas, una de ellas actual paradero de locomoción colectiva, unos cuantos bazares que proveen de sustento básico, una Parroquia, colectivos, Paz Ciudadana que recorre sus calles, y los apacibles habitantes.
Crónicas de Maipú
Dolores Pizarro Vidal